miércoles, 25 de noviembre de 2009

MARIO BENEDETTI

CORAZÓN CORAZA

Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza

porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro

porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.


jueves, 12 de noviembre de 2009

NIRA ETCHENIQUE


Sin Amor



Si por lo menos no hubieras dicho que me amabas,

si sólo hubieras dibujado con tu mano cabal

la mansedumbre de mi cuerpo,

si me hubieras asaltado en silencio,

como el agua,

si hubieras venido a mí como un sonámbulo,

todo pulso, y calor, y piel, y lengua.



Si por lo menos no hubieras dicho que me amabas,

esta noche,

esta noche tan amarga me sería más fácil caminarla.



Caminarla sin ti que estás mordido

como el pan de vagabundo en la ventana,

caminarla, sin ti,

que te has herido como el pájaro de vientre prolongado.



Si por lo menos no hubieras dicho que me amabas,

si sólo hubieras llegado con tu hoy simple y rotundo

como un cero y nada más,

y nada de ayer y tu castigo,

y tu culpa y tu viejo carro uncido.



Si me hubieras penetrado sin palabras,

solo y único, en silencio, acorazado.



Si me hubieras metido con tu carne

con la boca afirmada a la moneda,

si me hubieras logrado sin hablarme...



Si por lo menos no hubieras dicho que me amabas,

si sólo hubieras descendido oscuro y anónimo

y feroz y enmudecido,

qué fácil caminar esta noche de ciudad dilatada en bocacalles.



Qué fácil detenerse en las esquinas

y en las manos que juegan a ser rosas

sobre el limpido cristal de las vidrieras ¡Qué fácil el otoño y el olvido!

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Sin embargo recuerdo.
Un cuarto piso.
Gorriones que venían con espejos,
Un suave olor a nardo,
Un suave olor a sexo,
Un suave olor a noche,
Un suave, suave, suave,
Un suave olor a humano.

Entonces las ventanas se abrían como madres
Y el cigarrillo ardía
Y ardía la campana, la lámpara, el abismo
Del muslo que gemía, del labio que quemaba,
Del áspero silencio sangrando boca arriba.

A veces te tocaba como si hubieras muerto.
Se me ocurrían cosas de loca, parecía
Que el mundo era de yema,
De azúcar, de canela,
Que había alcohol caliente tocando las paredes
Y pájaros de trigo colgando de mis senos.
Se me courrían cosas de loca, me reía
O acaso no reía,
O acaso me callaba
O sólo, solamente
O solamente acaso
Lloraba con el gusto de tu pelo en mi boca.

A veces te miraba como si hubieras muerto,
Dormido, estremecido, sin protección ni odio,
Prófugo de mi arena, solo en isla de miedo,
Negro de negra ausencia
Marinero sin espumas.
O quizá me soñabas y me estabas soñando
Pero yo te miraba como si hubieras muerto.
Entonces en el barco feroz de mi garganta
Navegaba cigarras, hormigas, grillos ciegos,
Un circo de cristales
Un mercado de lobos un pozo de calandrias
Y un cántaro de rosas.
La tarde se ponía color de cien naranjas.

Volvías a tu isla.
Naufragabas en mí.

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De diez y punto

VIII


Dormir contigo.
Dormir contigo era
la víspera de reyes.
Una ansiedad en la boca del estómago
y un gusto a barro por las uñas.
Un cumpleaños siempre, cada noche,
un par de zapatos puesto en la ventana

Dormir contigo.
Dormir contigo era
vigilar la oscuridad en las baldosas,
la mezquina sombra de los árboles,
el interminable amanecer que se estancaaba
y alejaba la noche y me alejaba.

No importaban las mesas,
en copas con que me bautizabas
en los estaños viejos de tu almagro,
no importaban los naipes
el tute burlón que desafiaba
la sorpresa caduca de unos ojos
entintandos en vino.
Íbamos enfermando el día,
murmurándole un réquiem a la tarde,
atravesados de dolor y espuma,
millonearios de amor, locos de versos,
drogados de gardel o de rivero,
viajeros de taxis desolados,
caminadores fuertes del tabaco,

Yo miraba en el fondo de tus ojos
la gran cama poblada como el mundo,
un incendio de clavos y de alambres,
un espacio de vidrio y lunas rojas,
un pedazo de estrella calcinada
la fractura con lágrimas de un árbol.

Muchas veces corró, mojada y turbia,
enemiga del agua, rencorosa
de los trenes que apenas se movían
de las altas escaleras frías
del antiguo ascensor que carraspeaba,
del minuto de fósforo en la esquina;
enemiga, enemiga de las horas,
de la piedra, del viento, del amigo,
del teléfono, el diarero, las noticias,
enemiga del tiempo sin tu boca.

Dormir contigo.
Dormir contigo era
depositar mi sangre de muchacha
junto a tu sangre simple de muchacho,
los besos que me dabas entre sueños
mirándome sin verme.

Entonces yo miraba la ventana,
la luz aue llegaría
y el sonido de la calle comenzaba a dolerme.

Luego había cosas que hacer como sonámbulos,
enlazar piedritas con relojes,
engañar la vida de algún modo,
volver a ser humano humanamente hablando.
Había que acechar los minuteros
y sonreir y pulirlos con ternura
y enfrentarse a paredes y agonías
y armar mecanos, piezas sueltas,
corazones en islas solitarias,
manteca sin papel,
papel sin letra,
despareja canción
cereza rota,
un otoño con plomo en las entrañas
o un verano de cal ue nos quemaba,
pero había después, dormir contigo,
caer en la tormenta de tu almohada,
hallar la paz, la lluvia, los naufragios
los barcos que anclaban y partían
y soplaban su olor de chimenea
y el sándalo, el cognac, las pasajeras
violetas y algún frasco con lilas.

Dormir contigo.
Dormir contigo erea
saber que nunca moriría.








Entre líneas

La novela de la vida

Por: Marcelo Massarino


Hubo en Buenos Aires una narradora que con su propia vida construyó su obra. Desconocida para el gran público, Nira Etchenique se destacó en un género que perturba a más de un escritor: cuando la historia es uno mismo.


En la ciudad de Buenos Aires hubo una llamada Generación del ’60: poetas, escritores, letristas del tango y músicos que, recién hoy -cuarenta y cinco años después- es reinvidicada porque impuso en la cultura un tinte costumbrista, hasta ese momento patrimonio de los tangueros. En muchos casos se quiere limitar la influencia de esta Generación al ámbito político por su compromiso en aquellos días turbulentos con más autoritarismo que democracia. Tiempos de una efervescente situación internacional que movilizaba a la juventud. El propio Juan Gelman señala que reducirla a la poesía política es un “malentendido”, porque sus integrantes tenían “un desenfado que ayudó a que los poetas se liberaran de determinados moldes”. Como dice Carlos Patiño, una Generación que “escribía ‘como sentía’ de los temas que ‘sentía’, de la forma que ‘sentía’ y esto la galvaniza y legitima”. La lista de nombres incluye a Alejandra Pizarnik, el propio Gelman, Roberto Santoro, Olga Orozco, César Fernández Moreno y Lubrano Zas, entre otros, junto al movimiento de la Nueva Canción con Armando Tejada Gómez y Hamlet Lima Quintana. Todos bebían de las mismas fuentes: Nicolás Olivari, Macedonio Fernández, Mario Jorge de Lellis, Raúl González Tuñón, Luis Luchi, Humberto Costantini y los poetas del tango Evaristo Carriego, Cátulo Castillo, Julián Centeya, Homero Manzi y Nicolás Olivari. Eran los días del Instituto Di Tella y de las revistas literarias El grillo de papel, El escarabajo de oro y Hoy en la cultura. En ese contexto, una mujer es considerada una de las mejores voces de aquella Generación: Nira Etchenique, valorada por sus colegas, aunque careció del reconocimiento popular. Escritora de ensayos, cuentos y novelas, también compuso letras de tango y ejerció el periodismo en diversas redacciones, como Aquí nosotras y La semana. Más tarde, forzada por la situación política, se refugió en los trabajos de corrección para editoriales.

Su nombre real fue Cilzanira Edith Etchenique y nació en el barrio de Flores un 26 de marzo de 1926. Tuvo cuatro hijos: Pablo, Claudio y Gabriela, junto a Montague Adelfang; luego a Sandra con Mario Jorge de Lellis. Falleció en el atardecer del sábado 6 de agosto de este año en su departamento del barrio de Congreso. Un artículo del historiador Roberto Selles, unas líneas en Clarín y un despacho de agencia dieron cuenta de su muerte víctima de cáncer. Poco antes recibió un homenaje por parte de la Secretaría de Educación del Gobierno porteño, que publicó una breve antología para distribuir entre estudiantes secundarios. Queda aún una novela inédita que su amiga, Lucía Laragione, está empeñada en publicar.

La Vasca Etchenique dejó una obra que si bien no es numerosa, alcanzó para que escritores como Andrés Rivera, Ricardo Piglia, Ana María Shua y Griselda Gambaro la consideraran una de las mejores escritoras contemporáneas, en especial por la ductilidad con que trabajó el género autobiográfico. Desde 1952, cuando publicó el libro de poemas Mi canto caído, su producción literaria incluye casi mil cuentos en revistas femeninas como Vosotras, algunos de los cuales firmó con seudónimo para eludir la censura de los militares que la condenaban por su compromiso político y sindical. La lista continúa con Esta tierra puesta en soledad; Horario corrido y sábado inglés, Faja de honor de la SADE; los ensayos Alfonsina Storni y Roberto Arlt; Diez y punto; Sur; Último oficio; Tempestad es la palabra; las novelas Persona, premio Fundación Dupuytren, y Judith querida; Vox Populi, el cuento que da título al libro ganó el premio Ciudad de Barañain, Navarra, España, y la señalada Antología de mayo de 2005 para estudiantes porteños.

En los años sesenta Nira frecuentaba los ámbitos culturales y la calle Corrientes era el lugar donde la bohemia porteña gestaba una explosión añorada aún hoy por algunos de sus protagonistas, pero desconocida para los jóvenes del siglo XXI que transitan esas mismas veredas y frecuentan los mismos bares. “Luchábamos y disfrutábamos de la vida. Éramos capaces de pelearnos por un poema, por una idea y amigarnos con un vaso de vino en una cantina”, recordaba. La ruptura de su pareja con Mario Jorge de Lellis inspiró Diez y Punto, una serie de poemas sobre “una historia de amor que, al mismo tiempo, es una despedida que sólo pudo haber sucedido en aquel Buenos Aires. Fueron escritos para alguien a quien amaba”, recordó en abril de este año durante un homenaje en La Manzana de las Luces. “Pregunto por la muerte y me pregunto/ por dónde te quitaron de mi sangre,/ quién fue, quién quiso, quién estuvo,/ comiéndote el amor con dientes grandes./ Ahora ya me callo, es el crepúsculo./ El sol se agarra a dios como a un ahogado”, escribió en el final de una relación con un De Lellis gravemente enfermo, quien murió un año después, el 14 de noviembre de 1966. En esas poesías y más allá de los personajes nunca mencionados pero reconocidos por todos, tenemos una pintura de la época, de sus valores y la presencia del tango como melancolía, el bar, el dolor y la rebelión que brota en cada verso: “No concedo perdón, quiero venganza./ Este libro es verdugo de mí misma./ Diez poemas de amor y de castigo/ y un suicido común que aquí nos mata”.

Con los textos de Diez y punto grabó un disco musicalizado con el bandoneón de Rodolfo Mederos y producción de Manuel Matus. También participó de dos espectáculos donde mezclaba literatura y música: Como con bronca y junando, en 1968, con la participación de Nelly Prince, Mabel Manzotti y Carlos Barral y, en 1971, Tiempo de tango y tempestad, con la dirección de Marcela Sola. Amiga de Cátulo Castillo y Julián Centeya escribió los tangos De charco y jazmín, junto a Héctor Stamponi; Réquiem para Discépolo; De mi barrio, Flores; Chau viejo y Fue la ciudad, todos con Sebastián Britos, y Nelly de barrio, con Roberto Selles y Alfredo Lescano. Selles, historiador y miembro de la Academia del Tango, opina que “la poesía de Nira era de avanzada para el gusto popular, como sucedió con Horacio Ferrer y Juan Carlos La Madrid. Ahora, a la distancia, se puede entender mucho más”. Sus letras fueron cantadas por Rosita Quintana, Fernanda Rusek, Alberto Vega y Daniel Loustau, entre otros.

La impronta autobiográfica que Nira Etchenique incorporó a su obra fue esencial. Ricardo Piglia la consideró “una escritora secreta y sutil”. Ante la aparición de Judith querida (Corregidor), señaló que “ha escrito otra novela admirable en la que vuelve a imaginar y a recordar su experiencia y su vida”, un libro que “está destinado a convertirse en un clásico -a la vez irónico y sentimental- de nuestra riquísima tradición autobiográfica”. Para Andrés Rivera se trata de una obra “de excepción. Conforta al lector y lo envuelve en una ternura como pocas veces encontré en la literatura”...

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº44