miércoles, 27 de abril de 2011

JUAN GELMAN poema Una mujer y un hombre



Una mujer y un hombre llevados por la vida,

una mujer y un hombre cara a cara

habitan en la noche, desbordan por sus manos,

se oyen subir libres en la sombra,

sus cabezas descansan en una bella infancia

que ellos crearon juntos, plena de sol, de luz,

una mujer y un hombre atados por sus labios

llenan la noche lenta con toda su memoria,

una mujer y un hombre más bellos en el otro

ocupan su lugar en la tierra.
 
Breve reseña biográfica
 
Este poeta excepcional nació en Buenos Aires —en el histórico barrio de Villa Crespo— en 1930. Su primera obra publicada, Violín y otras cuestiones, prologada entusiastamente por otro grande de la poesía, Raúl González Tuñon, recibió inmediatamente el elogio de la crítica. Considerado por muchos como uno de los más grandes poetas contemporáneos, su obra delata una ambiciosa búsqueda de un lenguaje trascendente, ya sea a través del "realismo crítico" y el intimismo, primeramente, y luego con la apertura hacia otras modalidades, la singularidad de un estilo, de una manera de ver el mundo, la conjugación de una aventura verbal que no descarta el compromiso social y político, como una forma de templar la poesía con las grandes cuestiones de nuestro tiempo.

Fue obligado a un exilio de doce años por la violencia política estatal, que además le arrancó un hijo y a su nuera, embarazada, quienes pasaron a formar parte de la dolorosa multitud de "desaparecidos".

En 1997 recibió el Premio Nacional de Poesía. Su obra ha sido traducida a diez idiomas.

Reside actualmente en México, aunque "Volver, vuelvo todos los años, pero no para quedarme. La pregunta para mí no es por qué no vivo en la Argentina sino por qué vivo en México. Y la respuesta es muy simple: Porque estoy enamorado de mi mujer, eso es todo". Perdonando tamaño romanticismo, la ciudad de Buenos Aires lo honró recientemente con el título de ciudadano ilustre.

viernes, 22 de abril de 2011

Davide Rondoni - Poema



Gracias a ti

ser como el árbol solitario

sobre la línea de la colina

que abierto deja ver

cómo le llega a los hombros

el grito del cielo



Contigo, amor mío,

siento finalmente el canto

que me hará morir
 
 
Breve reseña biográfica
 
Davide Rondoni, nació en Forli (Italia) en 1964. Está considerado una de las voces importantes de la actual poesía italiana. Licenciado en literatura italiana por la universidad de Bolonia, donde fundó y continúa dirigiendo el Centro de Poesía Contemporánea, en 1988 dio origen a la revista clanDestino, que también dirige en la actualidad. Es, además, el director artístico del festival Dante 09. Ha recibido numerosos premios  literarios  y  su  poesía  ha  sido  traducida al francés,  al inglés, al español y al ruso. También  ha   escrito  narrativa, ensayo  y  teatro,  y  traducido a diversos poetas franceses del XIX y el XX, entre los que destacan Rimbaud, Baudelaire y Péguy. También ha traducido a T.S. Eliot y Emili Dickinson. Colaborador habitual en prensa, ha organizado y participado en numerosos eventos culturales, también para televisión (TV Sat 2000), donde actualmente conduce un espacio de poesía y cultura.
 
Fuente. Ediciones Encuentro.es
 
Melan.

viernes, 15 de abril de 2011

Cantata sombría de Olga Orozco


Cantata sombría



Me encojo en mi guarida; me atrinchero en mis precarios

bienes.

Yo, que aspiraba a ser arrebatada en plena juventud por un

huracán de fuego

antes de convertirme en un bostezo en la boca del tiempo,

me resisto a morir.

Sé que ya no podré ser nunca la heroína de un rapto

fulminante,

la bella protagonista de una fábula inmóvil en torno de la

columna milenaria

labrada en un instante y hecha polvo por el azote del relámpago,

la víctima invencible —Ifigenia, Julieta o Margarita—,

la que no deja rastros para las embestidas de las capitulaciones

y el fracaso,

sino el recuerdo de una piel tirante como ráfaga y un perfume

de persistente despedida.

Se acabaron también los años que se medían por la rotación

de los encantamientos,

esos que se acuñaban con la imagen del futuro esplendor

y en los que contemplábamos la muerte desde afuera, igual

que a una invasora

—próxima pero ajena, familiar pero extraña, puntual pero

increíble—,

la niebla que fluía de otro reino borrándonos los ojos, las

manos y los labios.

Se agotó tu prestigio junto con el error de la distancia.

Se gastaron tus lujosos atuendos bajo la mordedura de los años.

Ahora soy tu sede.

Estás entronizada en alta silla entre mis propios huesos,

más desnuda que mi alma, que cualquier intemperie,

y oficias el misterio separando las fibras de la perduración y

de la carne,

como si me impartieran una mitad de ausencia por apremiante

sacramento

en nombre del larguísimo reencuentro del final.

¿Y no habrá nada en este costado que me fuerce a quedarme?

¿Nadie que se adelante a reclamar por mí en nombre de otra

historia inacabada?

No digamos los pájaros, esos sobrevivientes

que agraviarán hasta las últimas migajas de mi silencio con su

escándalo;

no digamos el viento, que ser precipitará jadeando en los

lugares que abandono

como aspirado por la profanación, si no por la nostalgia;

pero al menos que me retenga el hombre a quien le faltará la

mitad de su abrazo,

ese que habrá de interrogar a oscuras al sol que no me alumbre

tropezando con los reticentes rincones a punto de mirarlo.

Que proteste con él la hierba desvelada, que se rajen las piedras.

¿O nada cambiará como si nunca hubiera estado?

¿Las mismas ecuaciones sin resolver detrás de los colores,

el mismo ardor helado en las estrellas, iguales frases de Babel

y de arena?

¿Y ni siquiera un claro entre la muchedumbre,

ni una sombra de mi espesor por un instante, ni mi larga

caricia sobre el polvo?

Y bien, aunque no deje rastros, ni agujeros, ni pruebas,

aun menos que un centavo de luna arrojado hasta el fondo

de las aguas

me resisto a morir.

Me refugio en mis reducidas posesiones, me retraigo desde mis

uñas y mi piel.

Tú escarbas mientras tanto en mis entrañas tu cueva de raposa,

me desplazas y ocupas mi lugar en este vertiginoso laberinto

en que habito

—por cada deslizamiento tuyo un retroceso y por cada zarpazo

algún soborno—,

como si cada reducto hubiera sido levantado en tu honor,

como si yo no fuera más que un desvarío de los más bajos

cielos

o un dócil instrumento de la desobediencia que al final

se castiga.

¿Y habrá estatuas de sal del otro lado?

Poema en audio: Cantata sombría de Olga Orozco por Olga Orozco

Juan Carlos Becerra - Poema Memoria y Ser poeta - Ensayo -




Memoria


 He vuelto al sitio señalado, a tu rastro de aguas amargas;

el atardecer ha caído al fondo del mar como un pecho muerto

y una campana da la hora cubriéndome de espuma.

Vuelvo a ti,

el otoño y el grillo se unen en la victoria del polvo.

Vuelvo a ti, vuelves a la caída, al primer acto.

Te levantaste de tus ojos con un golpe de amor en la frente,

con una piel de yerba que la mañana quería.

Te levantaste envuelta en tu tiempo,

todavía no arrollada por tu desnudez, por tu boca que se convierte

en una caída de hojas que el bosque padecerá oscureciéndose.

Te levantaste de lo que sabías,

de lo que olvidabas como se olvida la lanzada del mar

y un día nos despierta su ruido profético.

Te levantaste de tu frente

que era el horizonte elegido por la noche para su desembarco.

Yo esperaba, la noche se abría como un abanico de humo y conjuraciones

el rey muerto que llevamos dentro

se rió en el fondo de su ataúd de lodo.

Yo esperaba. Oía el retroceso, lo repentino del avance.

Nombraste mi pecho con un esguince nocturno,

la luz hacía en tus ojos su tarea oscura,

de pronto me miraste, ¿desde dónde?

¿Desde tus ojos que me veían o desde tus ojos que no me veían?

Y naciste bajo tu desnudez con un movimiento de agua y recuerdos.

A la hora del enlace de cuerpos, a la hora del brindis,

a la hora de la lágrima plantada en el jardín prohibido,

en la nada promiscua de las historias olvidadas,

en una brusca pregunta, en las conversaciones fatigadas,

en el modo como te quitaste los guantes:

—¿Te acuerdas?— dijiste avanzando.

Ese obsequioso silencio, esa pausa levanta polvo en tu corazón.

El tiempo reunido en una mano, en un guante que cae haciendo señas

por una ladera de palabras dormidas.

—¿Te acuerdas?— dijiste.

La palabra, el movimiento de la carne sobre el pecho de la tierra,

el idioma que la noche deja caer en los ojos como un puñado de piedras preciosas,

piedras que se convierten en guantes que caen.

Fruto prohibido y dieta recomendada por hábitos nuevos.

La mentira bosteza engordando,

el cansancio estira su lengua para cantarnos al oído.

La noche despierta en el muladar que los locos heredan,

la luz de mercurio petrifica en las calles gestos olvidados;

yo miro la ciudad desde la terraza,

la luz de los autos hundiéndose en el irremisible momento,

en el tiempo que aún sostengo con un vaso en la mano,

en el tiempo que despide tu rostro naciendo,

en el tiempo que hace del movimiento y la caída

el sólo momento.

—¿Te acuerdas?— dijiste.

Respiraste tendida, tus ojos se cerraron en la llegada del mundo.

La noche llegó en tu corazón, tú regresaste.

Rastro de alas dolorosas, de límites caídos al agua.

—¿Te acuerdas?— dijiste quitándote los guantes.

—¿Te acuerdas?— dijiste abriendo los ojos.





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SER POETA








LA ESENCIA DE ESCRIBIR






Intentar expresar ideas y conseguir formas, se introduce una ambigüedad esencial, en medio de la incertidumbre y la derrota, la poesía conduce a lo luminoso, al concepto de la pureza construido por la tradición judeocristiana, de ello son prueba los lexemas agua de alumbrar asomada a los cielos. Lo que el poeta encuentra es mutilación, no puede asir las palabras, ellas son escombros, basura:






¿y las palabras?


como arrumbadas ellas como


escombros


como montón o nada


qué decir


como basura humeando.










La tarea del poeta a la hora de escribir, a la hora de escoger las palabras, es una angustia ante las posibilidades de selección, es un sentimiento dubitativo ya que se le escapan los términos para las ideas que desea expresar. La búsqueda angustiosa del poeta por encontrar las palabras justas, labor que implica arriesgarse a no encontrar lo que se busca, arriesgarse a perder. Esta exploración que señalamos es una problematización consciente en el mundo de hoy, puesto que él mismo ha señalado que su intención es poetizar esa metáfora popular de morder el polvo que alude a una derrota dolorosa, porque toda búsqueda poética es una mutilación, una derrota, la expresión de una imposibilidad Por tanto, si el poeta desea investigar el fenómeno poético debe saber que se enfrenta con una derrota, puesto que nunca logrará llegar a la esencia de la poesía (no existe una esencia de la literatura), y que tal idea tan venida a menos en la posmodernidad es siempre un misterio inasible:










finalmente


palabra


he de morder el polvo


para que tú


puedas mover las alas


para que yo


respire de tu aire


sin conocer


el aire que respiro.










Esta servidumbre se asemeja a la concepción de poesía de Platón, quien considera que el poeta es un instrumento de la musa, mediante el cual el dios conduce el alma de los


hombres. Sin embargo, difiere de la concepción platónica porque para el autor griego, el dios es una divinidad exterior al poeta que se apodera de él, mientras que para la poesía es un personaje ficcional creado por el mismo poeta, es decir no es un ser distinto al escritor, es una invención suya; el poeta es sirviente de sí mismo, de su propia creación. Esa servidumbre no logra superar la imposibilidad, por el contrario, es parte de ella. No importan los esfuerzos del escritor, siempre es una sombra en busca de la esencia de las palabras, aunque sabe que tal esencialidad es una utopía: El poeta es apenas una sombra que corre por el fondo, raspa el hueso del habla, busca una orilla en otro cuerpo, un pasadizo.














Se ha tenido que empezar a pensar que no


había centro, que el centro no podía pensarse


en la forma de un ente-presente, que el centro


no tenía lugar natural, que no era un lugar


fijo sino una función, una especie de no-lugar


en el que se representaban sustituciones de


signos hasta el infinito.














Si no existe un centro del lenguaje, como tampoco de la poética, queda la certeza del ejercicio literario como práctica del lenguaje que construye sus propios referentes y sus propias concepciones. Desacralizar la poesía, que examinamos, implica cuestionar aquellas ideas de poesía como verdad, bondad y belleza, y señalar que su existencia es un constante trabajo de dubitación, antes que instalar un nuevo centro de poética, es decir una nueva versión de lo literario. El autor procura señalar, únicamente, que el trabajo literario no es más que una práctica del lenguaje. El concepto tradicional de poesía que considera el fenómeno como inspiración de las musas y plantea la idea de la poesía en tanto imposibilidad, es decir, transforma el concepto pero no trata de imponer una noción última y verdadera. Por el contrario, del diálogo entre esta transformación conceptual y los elementos negados, de estas diferencias, surge la certeza de que no existe un centro del lenguaje llamado poesía que sea posible esquematizar en una definición. Platón desarrolla esta categoría en el diálogo Ion. En este texto Ion dialoga con Sócrates acerca de la poesía. Señala el segundo que Ion conoce tan bien a Homero porque posee una virtud divina: existe una musa que inspira a los poetas, los cuales, a su vez, inspiran a los rapsodas. Los poetas, por tanto, son instrumentos de los que se valen los dioses para transmitir sus ideas al público. Obsérvense los siguientes fragmentos del diálogo:






Y dicen la verdad: un poeta es un ser liviano, alado, sagrado e incapaz de componer antes que sea poseído y fuera de sí, y la razón ya no esté en él. Mas hasta que posea este bien (la razón), todo hombre es incapaz de componer y de vaticinar (cantar oráculos). Puesto que (todos) componen y dicen muchas y hermosas cosas de determinados argumentos, como tú de Homero, no por arte sino por divina predestinación, cada uno es apto para componer bien sólo aquello hacia lo cual la Musa lo movió. La divinidad, quitándoles la razón, como de ministros (siervos) suyos se sirve de ellos, y también de los que vaticinan y de los divinos profetas, por esta razón: para que nosotros que escuchamos, comprendamos que los que dicen cosas tan profundamente dignas no son éstos a los que la razón no asiste, sino que el que habla es el mismo dios y que nos habla a través de ellos. Estos bellos poemas no son humanos (conformes a la naturaleza humana) ni de humanos (creación de hombres), sino de divinos y de dioses; por otro lado, los poetas, una vez inspirados, no son más que intérpretes de los dioses, cada uno según de cual sea inspirado. El espanto de lo efímero y lo eterno, conjugados en un mismo espacio material de realidad errante que se desdibuja ante nuestros ojos tomando miles de formas diferentes; reinventar, redescubrir, ser un vagabundo de la vida; sumergirse en recónditos abismos para volver sangrando versos, andar siempre en una búsqueda constante; saber que estamos condenados a la insatisfacción perpetua porque en ella está la esencia de nuestro existir; beber de la desesperación, meterse en las zonas oscuras más abyectas para buscar diminutos indicios de luz; tener un universo en nuestras manos y ser a la vez su centro. Ser poeta ó escritor es morir con el desmayo de una hoja caída y revivir de felicidad con los brotes de la primavera sin que nada pueda evitarlo; es saber encontrar la conciencia escondida de las cosas en la levedad de las palabras; somos el canal por el que se expresa el Universo; somos los portadores de un soplo de aire fresco en medio del desierto; nos mimetizamos con el mundo para ser parte de él; somos mar, tierra, aire, fuego, tristeza, alegría, pasión, indolencia, amor, desamor, dolor, angustia, erotismo, deseo, desesperación... y a la vez, lo más terrible: no somos absolutamente nada.














Filósofo: Juan Carlos Becerra González




Fuente: http://www.predicado.com/


Melan