martes, 27 de diciembre de 2011

AUSENCIA de Un Ángel


Tiende el perezoso ocaso
su manto de terciopelo,
preñado de estrellas cálidas
para arroparme en mi sueño.

Cruza mis labios la sombra
de un desnudo navío sin velas,
sin rumbo, timón ni puerto
que cobije su soledad.

Fantasma es del último beso
que mis labios pertrecharon
cargado con todas las joyas
de los latidos de mi pecho.

No echan mis labios de menos
el roce carmesí de los suyos,
sino beber en ellos su vida,
y encender su amor eterno.

No mueren mis ojos por verse
en el zafiro mar de los suyos,
se mueren de pena en la ausencia
del cielo azul de su mundo.

No es la ausencia de su lecho,
de su cuerpo, que me hiere,
sino la ausencia de su brillo,
su luz, encendida en mi pecho.

Largas sombras en las calles
del eco de sus sonrisas,
ni recorrerlas ya puedo
pues me abrasan en la brisa.

Húmeda sal derramada
recorre veteando mi rostro,
corroe de mi corazón su coraza,
trocando en plomo su oro.

Lo que yo busco no existe,
Ni tan siquiera existía,
cuando buscando su mano,
vacía la hallaba de risas.

Teje la noche serena
diamantes en su azabache,
por verter la luz en mi alma,
por vaciarla de penas.

Mas tenaz es la tenaza
Que ata a mi corazón las penas.
Porqué bebí del amor,
sino para ahogarme en su ausencia.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Poema XIV de El corazón, la nada de Eduardo Moga


Te esperaba en el alambre del día, comiendo latidos, sofocando el grito de los huesos. A veces, sin embargo, cuando las poleas levantaban relámpagos y la noche sabía a almacén, callaba. Recordaba entonces las cosas pequeñas: la luna húmeda que encendía nuestros pasos junto al muelle o las palmeras amarillas de Tozeur o aquel lento cometa, sobre los montes caudalosos, a cuyo paso imaginamos la vejez. Te esperaba, deshabitado, acariciando el tiempo.

Ahora que se ha endurecido tu imagen, no sé dónde guardas el pan, dónde los quicios, las rodillas familiares, los ídolos de tu olor; he olvidado cuándo regresarán tus manos. Aquí, mientras tanto, ascensores, transeúntes, horas que escupen lágrimas.

Te esperaba. Hablábamos de cosas sencillas. E ingería la ropa, los pezones, tu mínima tos. Después salíamos a cenar como si nos hubiera amenazado un ángel.