martes, 26 de julio de 2011

XIII de José García Nieto




A tu orilla he venido. Tengo un otoño, un pájaro

y una voz desusada. Tú me esperas: un río,

una pasión y un fruto. Y tiene nuestro encuentro

el vuelo, la corriente, seguros, proclamados.



He venido a tu orilla con los brazos tendidos

y ahora ya soy la hierba que no termina nunca,

el barro donde el agua sujeta sus mensajes

y la cuna del cauce para mecer tu sueño.



Dime si estoy pendiente de mi diario trabajo,

si basta a tus oídos mi tristísimo verso

o si a mi sombra vive mejor mayo tu carne.



De tu orilla me iría si ahora me dijeras

que te amo solamente como los hombres aman

o que mi voz te suena como todas las voces.
 
 
José García Nieto (Oviedo, 6 de julio de 1914Madrid, 27 de febrero de 2001), poeta y escritor español, ganador del Premio Cervantes y miembro, junto a Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro, de la generación poética de la posguerra española.

jueves, 21 de julio de 2011

Ex-libris de Jorge Valdés Díaz Vélez




He vuelto a releer aquellos versos

que hablaban del amor y que leímos

la noche que ardió Troya y nos perdimos

al fondo de sus negros universos.



He oído en cada página los tersos

acentos de tu piel donde creímos

haber bebido al sol en sus racimos

y al mar que reflejaba en sus diversos



murmullos nuestro ascenso al precipicio.

Se puede oler la luz de esos momentos

al tacto de un doblez. Queda un indicio



debajo de las líneas subrayadas,

un hálito de ti, tus dedos lentos

abiertos en esquinas despobladas

martes, 12 de julio de 2011

Jorge Luis Borges - Poema de la Cantidad



Pienso en el parco cielo puritano

de solitarias y perdidas luces

que Emerson miraría tantas noches

desde la nieve y el rigor de Concord.

Aquí son demasiadas las estrellas.

El hombre es demasiado. Las innúmeras

generaciones de aves y de insectos,

del jaguar constelado y de la sierpe,

de ramas que se tejen y entretejen,

del café, de la arena y de las hojas

oprimen las mañanas y prodigan

su minucioso laberinto inútil.

Acaso cada hormiga que pisamos

es única ante Dios, que la precisa

para la ejecución de las puntuales

leyes que rigen su curioso mundo.

Si así no fuera, el universo entero

sería un error y un oneroso caos.

los espejos del ébano y del agua,

el espejo inventivo de los sueños,

los líquenes, los peces, las madréporas,

las filas de tortugas en el tiempo,

las luciérnagas de una sola tarde,

las dinastías de las araucarias,

las perfiladas letras de un volumen

que la noche no borra, son sin duda

no menos personales y enigmáticas

que yo, que las confundo. no me atrevo

a juzgar la lepra o a Calígula.

domingo, 3 de julio de 2011

Quemadura de Luz de Mayamérica Cortez





Hay un sueño mío que se me está yendo

de las manos como gaviotas en el océano.

Hay un adiós que remonta las montañas

de tu mundo desvanecido en neblinas

pintando el paisaje de una soledad inhabitada

de una soledad que se quedó huésped permanente

de mis patios y balcones

de mis fuentes y grutas.

Una soledad habitante de los límites

del torogoz y el cenzontle.



¿Por qué no fuí generosa con la luna

para besarte mucho bajo su luz de aquélla noche?

¿Quién amarró mis manos para acariciar tus cabellos

cuando tu cabeza se apoyó en mi cuello

buscando el remanso de tus inquietudes?



¡Ah, niño de mirada triste en tus grandes ojos negros!

¡Qué fortuna daría por regresar a ese instante!

Regresar para hacer morada en tu regazo.

Regresar para que siembres tu semilla

en mi tierra fértil y mineral

y que haya clavicordios sonando en la iglesia temprana

de una mañana interminable detrás del campanario

y rebote su sonido en la plaza y las colinas.

Regresar... al torogoz de la cañada

y el zenzontle de las montañas...

¡Regresar... y sin embargo no me fui nunca!



¡Ah, dulce quemadura del Amor!

Hoguera trepidante que devora mi bosque azul y umbrío

carbones rojos y candentes que deshacen un calendario

de preguntas y caminares del atardecer

caminares sin retorno

fuego que soy y que el viento azota

para alcanzarte y consumirte.



Y es este dolor gozoso, lastimadura de luz

penetrando sin tregua hasta mis huesos

que se hace voz de cigarra entonando su canto hondo y triste

en la perennidad de su llanto.

¡Ay Amor, Amor! ¡Por qué se detuvieron tus ojos en mis ojos!

¡Por qué se anclaron tus pupilas en un instante de eternidad!