domingo, 21 de noviembre de 2010

ÁNDELE de Julio Cortázar


1)


Como una carretilla de pedruscos


cayéndole en la espalda, vomitándole


su peso insoportable,


así le cae el tiempo a cada despertar.


Se quedó atrás, seguro, ya no puede


equiparar las cosas y los días,


cuando consigue contestar las cartas


y alarga el brazo hacia ese libro o ese disco,


suena el teléfono: a las nueve esta noche,


llegaron compañeros con noticias,


tenés que estar sin falta, viejo,


o es Claudine que reclama su salida o su almohada,


o Roberto con depre, hay que ayudarlo,


o simplemente las camisas sucias


amontonándose en la bañadera


como los diarios, las revistas, y ese


ensayo de Foucault, y la novela


de Erica Jong y esos poemas


de Sigifredo sin hablar de mil


trescientos grosso modo libros discos y películas,


más el deseo subrepticio de releer Tristram Shandy,


Zama, La vida breve, El Quijote, Sandokán,


y escuchar otra vez todo Mahler o Delius


todo Chopin todo Alban Berg,


y en la cinemateca Metrópolis, King Kong,


La barquera María, La edad de oro -Carajo,

la carretilla de la vida


con carga para cinco décadas, con sed


de viñedos enteros, con amores


que inevitablemente superponen

tres, cinco, siete mundos


que debieran latir consecutivos


y en cambio se combaten simultáneos


en lo que llaman poligamia y que tan sólo


es el miedo a perder tantas ventanas


sobre tantos paisajes, la esperanza


de un horizonte entero-




2)


Hablo de mí, cualquiera se da cuenta,


pero ya llevo tiempo (siempre tiempo)


sabiendo que en el mí estás vos también,


y entonces:


No nos alcanza el tiempo,


o nosotros a él,


nos quedamos atrás por correr demasiado,


ya no nos basta el día

para vivir apenas media hora.




3)


El futuro se escinde, Maquiavelo:


el más lejano tiene un nombre, muerte,


y el otro, el inmediato, carretilla.


¿Cómo puede vivirse en un presente


apedreado de lejos? No te queda


más que fingir capacidad de aguante:


agenda hora por hora, la memoria


almacenando en marzo los pagarés de junio,


la conferencia prometida,


el viaje a Costa Rica, la planilla de impuestos,


Laura que llega el doce,


un hotel para Ernesto,


no olvidarse de ver al oftalmólogo,


se acabó el detergente,


habrá que reunirse


con los que llegan fugitivos


de Uruguay y Argentina,


darle una mano a esa chiquita


que no conoce a nadie en Amsterdam,


buscarle algún laburo a Pedro Sáenz,


escucharle su historia a Paula Flores


que necesita repetir y repetir

cómo acabaron con su hijo en Santa Fe.


Así se te va el hoy


en nombre de mañana o de pasado,


así perdés el centro

en una despiadada excentración


a veces útil, claro,


útil para algún otro, y está bien.


Pero vos, de este lado de tu tiempo,


¿cómo vivís, poeta?,


¿cuánta nafta te queda para el viaje


que querías tan lleno de gaviotas?




4)


No se me queje, amigo,


las cosas son así y no hay vuelta.


Métale a este poema tan prosaico


que unos comprenderán y otros tu abuela,


dése al menos el gusto


de la sinceridad y al mismo tiempo


conteste esa llamada, sí, de acuerdo,


el jueves a las cuatro,


de acuerdo, amigo Ariel,


hay que hacer algo por los refugiados.




5)


Pero pasa que el tipo es un poeta


y un cronopio a sus horas,


que a cada vuelta de la esquina


le salta encima el tigre azul,


un nuevo laberinto que reclama


ser relato o novela o viaje a Islandia,

(ha de ser tan traslúcida la alborada en Islandia,


se dice el pobre punto en un café de barrio)


Le debe cartas necesarias a Ana Svensson,


le debe un cuarto de hora a Eduardo, y un paseo


a Cristina, como el otro


murió debiéndole a Euculapio un gallo,


como Chénier en la guillotina,


tanta vida esperándolo, y el tiempo


de un triángulo de fierro solamente


y ya la nada. Así, el absurdo


de que el deseo se adelante


sin que puedas seguirlo, pies de plomo,


la recurrente pesadilla diurna


del que quiere avanzar y lo detiene


el pegajoso cazamoscas del deber.


La rémora del diario


con las noticias de Santiago mar de sangre,


con la muerte de Paco en la Argentina,


con la muerte de Orlando, con la muerte


y la necesidad de denunciar la muerte


cuando es la sucia negación, cuando se llama


Pinochet y López Rega y Henry Kissinger.


(Escribiremos otro día el poema,


vayamos ahora a la reunión, juntemos unos pesos,


llegaron compañeros con noticias,


tenés que estar sin falta, viejo.)


6)



Vendrán y te dirán (ya mismo, en esta página)


sucio individualista,


tu obligación es darte sin protestas,


escribir para el hoy para el mañana


sin nostalgias de Chaucer o Rig Veda,


sin darle tiempo a Raymond Chandler o Duke Ellington,


basta de babosadas de pequeñoburgués,


hay que luchar contra la alienación ya mismo,


dejate de pavadas,


elegí entre el trabajo partidario


o cantarle a Gardel.




7)


Dirás, ya sé, que es lamentarse al cuete


y tendrás la razón más objetiva.


Pero no es para vos que escribo este prosema,


lo hago pensando en el que arrima el hombro


mientras se acuerda de Rubén Darío


o silba un blues de Big Bill Broonzy.




Así era Roque Dalton, que ojalá


me mirara escribir por sobre el hombro


con su sonrisa pajarera,


sus gestos de cachorro, la segura


bella inseguridad del que ha elegido


guardar la fuerza para la ternura


y tiernamente gobernar su fuerza.


Así era el Che con sus poemas de bolsillo,


su Jack London llenándole el vivac


de buscadores de oro y esquimales,


y eran también así


los muchachos nocturnos que en La Habana


me pidieron hablar, Marcia Leiseca


llevándome en la sombra hasta un balcón


donde dos o tres manos apretaron la mía


y bocas invisibles me dijeron amigo,


cuando allá donde estamos nos dan tregua,


nos hacen bien tus cuentos de cronopios,


nomás queriamos decírtelo, hasta pronto-




8)


Esto va derivando hacia otra cosa,


es tiempo de ajustarse el cinturón:


zona de turbulencia.








J. Cortazar - Nairobi, 1976


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